La tarea de recuperar la memoria
Lic.Matias Lobos; Nueva Generación UPT.
El gobierno del presidente Kirchner ha encarado una política de derechos humanos que se sustenta en una supuesta “recuperación de la memoria histórica”. Frente a esta política nos atrevemos a formular los siguientes interrogantes:
1. ¿Para qué le sirve a un pueblo tener una memoria histórica?
2. ¿Qué características debe asumir un proceso de recuperación de la memoria histórica?
3. ¿Qué papel debemos tener los jóvenes entre 20 y 40 años en este proceso de recuperación de la memoria histórica?
Frente al primer interrogante podemos ensayar las siguientes reflexiones a modo de respuesta. Un pueblo que no tiene memoria se transforma en una entidad colectiva sin pasado. Un pueblo sin pasado no puede comprender cabalmente su presente y se encuentra con serios problemas para proyectar su futuro. La memoria se constituye entonces en un insumo vital para vivir el presente y para diseñar los proyectos del mañana. Desde este punto de vista no podemos más que apoyar todas las acciones estatales tendientes a recuperar la memoria histórica de nuestro pueblo. Las divergencias con este gobierno se presentan frente a la segunda pregunta propuesta. Un proceso de recuperación de la memoria debe ser completo e integral, y nunca parcial y fragmentado. Un proceso del primer tipo conduce a una reconciliación nacional auténtica, superadora de la conflictividad social pasada y basada en los principios de verdad y justicia. Un proceso del segundo tipo nos lleva de manera inexorable a una perpetuación de las diferencias, a un renacimiento permanente de las fracturas internas y a una manipulación maniquea y mentirosa del pasado en común de la nación.
Estas reflexiones están muy alejadas de justificar la violencia política de los años setenta y ochenta con la teoría de los dos demonios. Jamás las acciones violentas de grupos de la sociedad civil pude justificar los delitos de lesa humanidad, perpetrados en el marco del terrorismo de estado por los miembros de las fuerzas armadas que usurparon el poder a través de un golpe de estado. Los responsables de tales crímenes merecen todo el castigo legal que el sistema jurídico nacional e internacional contemple. En este sentido celebramos los recientes fallos de la Corte Suprema declarando inconstitucionales los indultos presidenciales y las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
Pero el proceso de recuperación de la memoria, si desea ser competo e integral, no puede poner como fecha de inicio de la violencia política el mes de marzo de 1976. La violencia política no fue monopolio exclusivo de los militares golpistas. Nuestra sociedad estuvo infectada de autoritarismo y de violencia mucho antes de marzo de 1976. El golpe de estado de 1930, las cámaras de torturas que funcionaron bajo el amparo de Lugones, los enfrentamientos entre peronistas y antiperonistas, los fusilamientos de José León Suárez relatados en Operación Masacre, los pronunciamientos militares en el gobierno de Frondizi, el derrocamiento de Illia, las luchas entre azules y colorados en las filas castrenses, los levantamientos populares durante el gobierno de Onganía; son solo algunos ejemplos de una sociedad que no procesaba sus conflictos en un marco de respeto de las instituciones democráticas y republicanas. La complicidad de un sector importante de la sociedad civil en todos los quiebres del orden constitucional y la responsabilidad de una gran cantidad de dirigentes políticos civiles en la gestación de los golpes cívico - militares son acontecimientos que no pueden ser olvidados en la reconstrucción de la memoria histórica.
Una mención aparte merecen las organizaciones que decidieron iniciar el camino de la lucha armada en los años sesenta y setenta. Resultaría demasiado fácil, pero equivocado, traspolar nuestra concepción democrática y republicana a los militantes de esas décadas. Pero si bien es cierto que en esos años muchos no creían demasiado en la democracia y en los esquemas republicanos, algunos tuvieron la lucidez de advertir sobre los peligros y los riesgos que entrañaba la introducción en los senderos de la lucha armada. Y lo que no podemos pasar por alto en la recuperación histórica es la autocrítica que muchos de los que “cargaron fierros” han producido en estos tiempos actuales. Las persecuciones sanguinarias a los compañeros disidentes, las “cárceles del pueblo” donde no solo se ajusticiaba a los enemigos sino que también servían para “proletarizar por la fuerza” a los camaradas que continuaban con las “desviaciones burguesas”, son solo algunas muestras elocuentes de un proyecto que tenía un solo destino: el totalitarismo (de izquierda, pero totalitarismo al fin).
¿Qué papel debemos jugar los jóvenes en este proceso de recuperación de la memoria histórica? Muchos de nosotros éramos niños y pasamos a ser adolescentes cuando se produjo la primavera democrática de los años ochenta. No vivimos la dictadura, vimos a nuestros padres marchar a la Plaza de Mayo y a los cuarteles militares para defender la democracia cuando esta era asediada por los “carapintadas”, vivimos nuestros años veinte en una década en la cual con legitimidad democrática se saqueaba el país y se arrojaba a miles de compatriotas a la exclusión, vivimos una democracia que ha mostrado que “no educa, que no da de comer y que no cura”, vivimos una democracia que presenta rasgos autoritarios, vivimos una democracia que no protege la vida, una democracia que avala el “roba pero hace”. Pero todos nosotros tenemos grabado a fuego en nuestro inconsciente la promesa democrática no cumplida. Sabemos que lo que tuvimos antes del 83 fue la experiencia más trágica de nuestra historia como pueblo. Sabemos que una democracia autoritaria, ineficiente en la resolución de los problemas, y basada en una matriz de saqueo permanente; no satisface nuestro ideal de nación. Pero sabemos que a nosotros nos corresponde una tarea histórica: perfeccionar nuestra democracia convirtiéndola en pluralista, republicana e inclusiva.
Matías Lobos